Toda derrota duele. No es fácil tolerar la frustración ni convivir con esa desazón que aparece cuando el triunfo se escapa por centímetros. Mucho más cuando quedás a un paso del ingoal, tan cerca de revertir una historia que parecía imposible. Pero quizá ahí esté el verdadero mérito de Los Pumas: son un equipo que enciende ilusiones, que hace creer que lo improbable puede suceder y que contagia con una garra capaz de levantar a cualquiera del asiento. Esa energía que hace aplaudir pequeñas acciones en pos de ganar algunos metros. Las emociones de los minutos finales en Twickenham fueron otro ejemplo de lo que dieron este año. Los Pumas ya no son un seleccionado simplemente fuerte: hace tiempo que está en el lote de los mejores del mundo. Y, como tal, nunca se la puede dar por muerta, sin importar el marcador. Lo demostraron en Edimburgo, cuando remontaron un 21-0 para ganar 33-24, y estuvieron cerca de repetir la hazaña en Londres, pasando de un 17-0 a un 27-23 que obligó a Steve Borthwick a sufrir hasta el último segundo. La “Rosa” jamás imaginó que debería trabajar tanto para cerrar un partido que parecía controlado.
En esa montaña rusa emocional se enmarcó también el desarrollo del encuentro: un inicio cauteloso, con estudio y sin cadenas largas de fases, donde ambos apostaban a las patadas profundas desde el fondo. Tomás Albornoz manejaba el juego argentino, mientras que George Ford era la carta inglesa, asistido por la visión de Ben Spencer.
Las defensas estaban tan bien plantadas que Ford rompió el molde con un drop para el 3-0 inicial: la primera daga para el equipo de Felipe Contepomi. Y el quiebre llegó de inmediato: Max Ojomoh interceptó un mal pase de Juan Cruz Mallía y, a pura potencia, apoyó el primer try del partido. Minutos más tarde, Santiago Carreras (quien había ingresado por una conmoción de Albornoz) estrelló un penal en el poste. Los fantasmas de Edimburgo sobrevolaban otra vez: había que remar desde atrás, una vez más.
Inglaterra no aflojaba y expuso todo su arsenal con el pie. Así llegó un try memorable: Immanuel Feyi-Waboso corrió en soledad tras una asistencia exquisita de Ojomoh. Con la conversión de Ford, la “Rosa” sacó la máxima ventaja: 17-0, una diferencia que parecía inalcanzable ante el tercero del ranking mundial. Albornoz descontó con un penal, aunque el cierre del primer tiempo tuvo otro susto: Luke Cowan-Dickie perdió la pelota a centímetros del ingoal y el TMO terminó anulando la acción.
Para el segundo tiempo había que cambiar rápido el chip. “Nos falta mejorar el contacto… Entramos cinco veces y ellos dos, y la diferencia está a la vista”, marcó Juan Fernández Lobbe antes de volver al campo. Era momento de ajustar y reaccionar.
Y la reacción llegó. Justo Piccardo lideró la levantada: apoyó un try en apenas cuatro minutos y Albornoz convirtió para dejar las cosas 17-10. Después llegaron los penales del propio Albornoz y de Carreras para poner a Los Pumas a un solo punto: 17-16. La épica estaba al alcance de la mano.
Inglaterra entró en pánico. No encontraba caminos y la defensa argentina anulaba cada intento. Ford, desesperado, lanzó un drop sin dirección. Argentina estaba a un detalle de cambiar la historia. Pero los ingleses respondieron: Henry Slade apoyó un try clave y Ford sumó un penal que estiró la diferencia a 27-16.
Aun así, Los Pumas no bajaron los brazos. A un minuto del final, Rodrigo Isgró apoyó un try que reavivó la ilusión. Con la última posesión del partido, Argentina tuvo la chance: avanzó metros, generó dudas, volvió a encender al estadio. Estuvieron cerca. Muy cerca.
La mala racha ante Inglaterra no se cortó -tres derrotas en el año- ni llegó la tercera victoria consecutiva en suelo británico. Tampoco fue un partido perfecto: hubo errores, ocasiones desperdiciadas y falta de efectividad en momentos clave. Detalles por corregir, como en cualquier selección de elite. Pero las conclusiones de la gira y del cierre del año son positivas.
Porque, incluso en la derrota, este equipo deja algo claro: ilusiona. Y, sobre todo, contagia. En cada tackle, en cada penal y en cada intento de ir hacia adelante, incluso cuando el plan se desarma. En Twickenham volvieron a demostrarlo. Y por eso -aunque duela- esta caída enseña más de lo que parece.

